Apenas despierte octubre, el primer día de calor, esas personas que no corrimos ni siquiera un bondi en todo el año vamos a llenar los parques y los gimnasios con la ilusión de llegar “en forma” al verano.
Colmaremos las memorias de selfies en las máquinas, stockeados para todo el año, haciendo abdominales, con la remera sin mangas, con las pesas, con el batido loco, con las ganas de mostrarle al mundo que por fin empezamos. Los profesores escucharán menos preguntas sobre cómo se hacen los ejercicios y más ¿cuál es la clave del Wifi? Usaremos el Whatsapp, horizontales, en colchonetas, y los aparatos para hacer pectorales serán como asientos de lujo, mullidos tronos de la realeza fit.
Aparecerán las y los que coquetean con las y los profes, sin hacer demasiado. Aparecerán los flaquitos que miran a las chicas que miran a los profesores grossos, pensando, algún día voy a etsar grosso, como ellos. Un nuevo mapa de miradas se configura, porque todo es novedad.
Con la primavera, el paisaje humano se renueva en gimnasios y parques, y la gente que va siempre, esa que se esforzó todo el año, nos odiará.
Odiará nuestro nuevo look a lo Sporty Spice, con toda la ropita nueva, recién estrenada, con esos guantes que nos protegen de los callos que nunca tendremo y que lo más pesado que sostuvieron fue una Gatorade de frutos tropicales.
En noviembre nos sentiremos triunfadores: los músculos se nos inflarán un poco porque después de años de no hacer nada, la nueva actividad los hinchará de agua. Creeremos que ya está, que vamos tranqui, 120, por la Autopista del Sol que nos lleva a la tapa de la revista Health. Se lo diremos a todo el mundo: va queriendo. Pero el sueño durará apenas un mes: mantener una rutina de dieta y ejercicio en diciembre será más difícil que tener el billete de dos pesos para ganarle a Julián Weich. Como en el Juego de la Oca, diciembre nos encerrará en una jaula gigante en la que sacarle la llave a Judith será imposible: la cena de fin de año del trabajo, las despedidas con amigos, el casamiento de esa prima —que se le ocurrió hacerlo justo en diciembre— los turrones de Doña Jijona —que por suerte se volvieron incomprables porque matan—, el vitel toné que se manifiesta solo en esta época del año, las bebidas espumantes, y toda la variedad hipercalórica de los menúes de fin de año del hemisferio norte. Menos la nieve, todo.
Le echaremos la culpa al metabolismo, a las tiroides, al estrés, al fin de año. Caeremos en la cuenta de que hay que ser Constantini para comprar bebida isotónica todos los días, que hay que ser Donald Trump para seguir la dieta de lomo, salmón, pechuga, queso port salut y frutas secas que nos preparó la nutricionista.
Pero no todo será desánimo, también habrá ganadores: los vendedores de suplementos, los importadores de bicicletas, la nutricionista que preparó la dieta Dubai, las casas de deportes, los traficantes de hormonas, las profesoras de pilates, los caribeños que enseñan salsa, zumba y el nuevo ritmo que surja el año próximo y que ellos bailarán genial y vos como un monigote; los accionistas de las cadenas de gimnasios que nos encajaron un plan anual por el que vamos a seguir pagando el resto de año, sin ir. Esos sí que entendieron todo.
Las fiestas pasarán, como pasa casi todo en esta vida, y el 2 de enero, en medio de esa depresión posparto que nos dará traer un nuevo año al mundo, cuando el sol raje la tierra y las vacaciones nos pisen los talones, una nueva idea empezará a repimporotear en nuestras cabezas:
¿Y si el lunes retomo?
El lunes empiezo